Los patrones de consumo de los costarricenses, dice el informe sobre el ‘ Estado de la Nación’ , superan los recursos que nuestro territorio es capaz de producir
En los foros sobre cambio climático, Costa Rica debe hablar con firmeza y, ojalá, con la autoridad moral de un país capaz de contribuir cuanto sea necesario
Hasta hoy, el pródigo suelo dulce alivio y sustento nos da , pero hay razones para dudar de que la hermosa estrofa del Himno Nacional conserve sentido para las generaciones futuras. El consumo de los costarricenses, dice el informe sobre el Estado de la Nación , supera los recursos que nuestro territorio puede producir. En teoría, cada uno de nosotros dispone de 1,66 hectáreas para satisfacer sus necesidades, pero requiere de 1,86 hectáreas globales luego de calcular la huella dejada en la ecología por nuestros hábitos de consumo. A la fecha, arrastramos un déficit y somos dependientes de la biocapacidad de otros países.
Por el momento, es justo reconocerlo, los costarricenses estamos lejos de producir el impacto ecológico causado por muchos de nuestros semejantes en otras partes del planeta, especialmente en el mundo desarrollado. Incluso, permanecemos por debajo de la huella ecológica promedio, que ronda 2,7 hectáreas globales por habitante.
Costa Rica, sin embargo, no debe entrar en el juego de las acusaciones recíprocas, porque el problema es global y ningún país está exento de sus consecuencias. Hay sectores en Estados Unidos, por ejemplo, que señalan a China como el principal contaminante del planeta. Los chinos responden, con razón, que el principal contaminante es Estados Unidos, si el cálculo se hace por habitante. El tercer mundo, en general, señala a los países desarrollados como los grandes responsables, no solo por sus actuales patrones de consumo, sino, también, por su contribución histórica a la acumulación de carbono en la atmósfera.
Todos esos reclamos son correctos y es importante insistir en ellos en los foros internacionales. La próxima oportunidad se presentará en Copenhague entre el 6 y el 18 de diciembre. Representantes de 170 países se reunirán en la capital danesa para revisar el Protocolo de Kioto sobre cambio climático y calentamiento global antes de su expiración en el 2012. En este y otros foros, Costa Rica debe hablar con firmeza y, ojalá, con la autoridad moral de un país capaz de contribuir cuanto sea necesario.
Recordar sus responsabilidades a los principales contaminantes debe ser un argumento a favor del cambio, no una excusa o disimulo para nuestras faltas. El desplazamiento de la culpa sirve a los Gobiernos del mundo para defender intereses de corto plazo, con irresponsable indiferencia hacia el peligro advertido por una amplia mayoría de la comunidad científica internacional. Los países en desarrollo no podemos reclamar un derecho a contaminar con la excusa de que otros se han desarrollado contaminando. Las naciones industrializadas no pueden mantener sus patrones de consumo mientras vuelcan en los pobres la responsabilidad de conservar los recursos naturales.
La contradicción aflora a cada paso. Project Syndicate, una importante agencia mundial de artículos de opinión de la cual La Nación es suscriptora, congregó en Copenhague a más de dos centenares de editores de periódicos para escuchar a personalidades de la ciencia, la política, la economía y las finanzas, incluso a funcionarios gubernamentales y a premios Nobel como Joseph Stiglitz y Jeffrey Sachs, todos unidos por preocupaciones surgidas del calentamiento global. Aunque las medidas necesarias para paliar el problema están claras, el optimismo no dominó las conclusiones. La dificultad reside, precisamente, en el tono del debate político, encerrado en una dinámica de mutuas recriminaciones y defensa de intereses de corto plazo.
Naciones como Costa Rica deben luchar por romper el círculo vicioso de las coartadas, las injusticias y el miope desplazamiento de culpas, pero la fuerza de nuestra voz dependerá de la voluntad de poner la casa en orden. Pedro León, director del programa Paz con la Naturaleza, resume bien la encrucijada nacional: “Hemos sido pioneros en la agenda verde, pero en la agenda gris vamos atrás”.
En nuestro país, la agenda gris comienza por el reconocimiento de una injustificable dependencia del petróleo. El 75% de la energía proviene de hidrocarburos importados y eso representa el 40% de nuestra huella ecológica. Eliminada esa dependencia, Costa Rica saldaría el déficit ecológico y dejaría de ser deudor ambiental para constituirse en acreedor.
Este diario ha insistido en la necesidad de recurrir a la riqueza térmica del subsuelo, una bendición desperdiciada, irónicamente, por mal fundadas razones ecológicas. El desarrollo de otras fuentes limpias de energía y un ordenamiento territorial apto para absorber las emisiones de carbono magnificarían nuestra voz en el ámbito internacional, tan urgido de vehementes llamados a la conciencia.
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